lunes, 18 de mayo de 2009

Coolest shades.

Todos vemos el mundo a través de un velo determinado.

A través del velo que se nos impone desde pequeños... a través del velo del lenguaje, que no elegimos, a través del velo del lugar geográfico donde crecemos y demás. ¿Sabían que los esquimales pueden diferenciar por lo menos 15 tonos distintos de blancos? (Bah, el número es irrelevante y discutido hasta la muerte; recuerdo haber leído una vez, que en realidad no es esto cierto, sino que había sido un ejemplo de un lingüísta para explicar el concepto del lenguaje y las visiones del mundo, pero sirve igual.) ¿Y por qué? Porque ellos lo precisan. Su situación particular les exige este tipo de perspectiva sobre las cosas, y eso a su vez, se ve reflejado en el lenguaje, que cubre, necesariamente, esos 15 tonos de blancos también.

Pero divago. El punto era que... todos vemos las cosas de formas distintas. Y no solo por factores intrínsecos. Definitivamente no.

Descubrir aquello que vela, que no es lo mismo que aquello que enceguece (¡esta diferencia es peligrosa!), es esencial. Aquello que tiñe la vida con su matiz característico, aquello que lo inunda todo, lo abarca todo. Aquello que es inconmensurable y tan vasto como tu propio ser. Todo lo afecta, todo. Es estar acompañado de una melodía eterna (y ¿quién no sabe cómo puede alterar la música una escena determinada?), es tener una tela del color más hermoso sobre los ojos, y todo adquiere así su tinte embriagador. Es ese color que disimula lo funesto, que aligera lo denso, que potencia los sentidos, que inspira los sueños más hermosos, que embellece todo lo que toca. Así es ver el mundo a través de un velo color ámbar, al menos... no sabría como son los otros.

2 comentarios: