martes, 21 de febrero de 2012

Las sirenas no valen la pena.

Sentada en la vereda, esperaba. Núcleo exacto de un halo de luz que se proyectaba desde las alturas. ¿De mercurio? Luz de mercurio. Luz intergaláctica. Especial, siempre.
Esperaba, y esperaba aún más. La luz se lo decía, ya vendría. Si no, ¿qué sentido tenía alumbrarla?
Esperaba cabizbaja, jugueteando con el pavimento gris.
Esperó hasta olvidar qué esperaba.

De pronto, una canción. Una sirena urbana centellando a la distancia. Sus ojos estaban ahora atentos, fijos, de tanto en tanto, de color escarlata.

La llamó; tuvo que pararse; quiso acercarse. Agudizó la vista, pero no la veía bien.
¿Era ella? Tenía que serlo.

Quiebre. Quiebre entonces hermoso. El halo traspasado por un pie envalentonado. Aquel que se animó a dar el primer paso. El otro no se decidía a seguirlo.

Entonó su canción más dulce. Prometía. Seducía.
- Ven.

Ahhh. Torrente de sueños hechos realidad. Su cabeza se ahogaba en imágenes de pura dicha; su imaginación tejía historia tras historia de un éxtasis indescriptible. Y la sirena la acompañaba con su canción.

"Es, pues. Así se siente. Así lo veo aquí adentro."

El segundo pie se decidió. El halo de luz desapareció, ya no había nada que iluminar. Antes de que diera un paso más, la sirena se desvaneció en la oscuridad.

Falsa alarma.