miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ablución de palabras lejanas.

lamento, querida,
si tus palabras,
no derrumban muros,
como cuando tu llegada,
arrasó con la ciudad entera,
pero duelen mucho,
viniendo de ti,
que reinas en ella;
así es que no te apenes,
si otras llegan
y logran abatirlos,
pues estas solo están,
para paliar tu arribada;
pues es por ti
y no por ellas
por quien arderán los escombros,
pues es por ti
y no por ellas
por quien sucumbirán a ruinas:
y así hasta que las cenizas estanquen
y me alce magnífica
y me alce triunfadora,
y me alce merecedora.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Extirparlos como a un cáncer.

desgarrando mi interior
como si yaciera lánguida en boca de depredador
y cómo este, todo natural y primitivo;
los cálculos de la razón no entran en la ecuación,
no participan de esta danza salvaje de destrucción
ja, y me salen rimas de la desesperación,
¿acaso haya algo más desconsolador?
y la ira que no es ira
que es miedo, miedo cobarde y patético,
pero no temor de perder lo que nunca tuve,
la pérdida de la falsa posesión ni siquiera el peor desconsuelo
la pérdida frente a la otra fiera,
el otro animal que acechaba la presa,
la pérdida frente al más fuerte,
al más ágil,
al más inteligente,
pero tampoco es esto,
la pérdida ante la mejor jugada,
....
 la pérdida ante nadie más que yo,
que jamás seré suficiente
el aceptar que soy deficiente
como cazadora y cazada


(Y esto se me antoja leerlo con un leve tonito de Calle 13, ¿por qué no?)

viernes, 2 de diciembre de 2011

Sed de tragedia.

Ella solo miraba películas tristísimas. Solo se interesaba por las historias trágicas, los personajes que caían, inevitablemente, en la peor de las desgracias y en la más profunda miseria. No había opción para ellos; nunca. Que se presentase una alternativa a esa plétora de calamidades era impensable, de locos. Sería... demasiado serio, demasiado real. Demasiado..., como le habría dicho una vez aquel señor alto como un poste de luz, e iluminado como pocos: "adulto". Demasiado adulto. Tener una opción. Poder elegir entre dos desgracias igualmente deprimentes. Perder sin importar qué se elija. ¿Qué era eso? ¿Cuál era la gracia de elegir, si no había posibilidad de escapar del torrente de consecuencias nefastas que venían con la decisión?

Ah, sí. Entonces ella prefería ver a estos personajes patéticos que terminaban, invariablemente, sumidos en desdicha, como forzados por el destino. Como si al nacer, junto al nombre y el agujerillo de caravanas para las nenas, se les asignara también un destino aciago. Los acompañaba por un momento, completamente hipnotizada, y se conmovía enormemente. Lloraba, también. Lloraba amargamente, con una empatía que nunca había podido invocar para sus seres conocidos; no, estos siempre la dejaban fría, fría y ensopada por una lluvia de culpa que acudía siempre que veía que se desvíaba de la norma.

Ella solo miraba películas tristísimas. Y lloraba. Lloraba, más que nada, porque siempre lloraba. Y siempre lloraba por una simple razón: no había nada en su vida, ni lo habría nunca, algo tan triste como lo que veía en la pantalla de su tv, día tras día.