sábado, 20 de agosto de 2011

De como la soledad revelaba verdades absolutas decisivamente extravagantes.

¿Quién, si no tú, entonces?

Vivía la distancia como una especie de amputación. Observaba su cuerpo torpe e inútil; un cuerpo que ya no sabía cómo comportarse cuando no se veía envuelto en su danza primaria, aquella que nacía de las profundidades de los cuerpos confundidos, aquella cuyo objetivo último era el amalgama de esas masas de extremidades que se apretaban casi hasta la asfixia. La asustaban un poco esos contornos borrosos, la indefinición de las líneas, las que, indudablemente, les daban dos nombres; nombres que no compartían. Sí, definitivamente la distancia la ponía en un humor reflexivo; su cabeza parecía disfrutar este bienvenido co-protagonismo, y se entretenía con cuestiones serias e importantes, como si condujeran a algo, como si no fuera cierto que se esfumarían en volutas de humo perfumado tan pronto hundiera su rostro en aquel exquisito pecho de porcelana. Pero aún así tramaba planes y esquemas, y se deshacía en interrogantes existencialistas, amparando los vestigios de una identidad desnutrida, como le gustaba llamarla entre risas, para despertar el interés del encandilado maniquí que yacía lánguido y desesperanzado. En esto, la voz de la razón se anunciaba desde el centro, evocando un antiguo mito: el suyo era un cuerpo dividido, cuyas partes se anhelaban, cohabitado por dos esencias únicas que se amaban. Ahora sí, no había nada que agregar.

Terminadas estas palabras, sonrisa traviesa en cara, (des)cuento las horas para tu regreso.

lunes, 8 de agosto de 2011

Por ahora una ficción.

Me asusta:
tu ausencia;
de minutos,
pocas horas,
en que la norma,
nos divide;
me asusta,
por lo intenso
de la angustia;
me asusta:
por pensar,
que si la ausencia fuese eterna,
(ya) no habría salvación.