lunes, 21 de junio de 2010

Debería haberlo sido.

Se presentaba de brazos cruzados, ceño fruncido y gesto indiferente. Hablaba con calma y mesura, cuidando sus palabras, que solo eran pronunciadas luego de atravesar los incontables filtros que había preparado meticulosamente en su cabeza. Deshacía cada frase escuchada, analizaba cada segmento, destilando las sutilezas que luego sabía desdeñar satisfecha. Conocía sus límites, y sabía cuando retirarse.

Te humanizaba. No veía en ti nada especial, a su entender sus lentes solo reflejaban tu mediocridad. Tu mirada clavada en ellos no la provocaba, no producía en ella sensaciones de ningún tipo; quizás un poco de sorpresa al ver por cuánto tiempo exploraban su mirada, pero eso era todo. El contacto con tu piel, esos roces que a veces lograba evitar puesto que sabía que eran intencionales, no la estremecían aquellas veces en que tu rapidez superaba la suya. Tampoco la movían tu aroma y tu dulce perfume que llegaban en ráfagas repentinas cuando te inclinabas a tomar tu vaso.

Tus exquisitos versos y tus afectuosas promesas no la cautivaban; tampoco tus hermosas sorpresas y entrañables gestos. No la conmovía verse envuelta en tus protectores brazos mientras se deshacía en lágrimas de temor y angustia; esto simplemente no sucedía. No había palabras de consuelo ni caricias de contención, pues estas no eran necesarias.

No, ella fue consistente hasta la médula. Y tú se lo agradeciste cuando por fin sus rotundas negativas habían colmado tu paciencia. No había nada que censurarle. Ella era irreprochable. Si había algo en su corazón, jamás lo sabrías, pues era la Razón quien dominaba su proceder.

Ah, pero ella no soy yo y yo no fui ella.

2 comentarios:

  1. Cuanto detalle, es imposible no ver la escena, muy bien contado Scarlett.
    Andamos todos desencontrados parece.
    lindo texto.
    salud

    ResponderBorrar