jueves, 29 de julio de 2010

From a Motel 6.

Pensó que, una vez denotada, la cosa sería más fácil. Permanecería resguardada, comprendida entre esos pequeños fonemas que no podían ser pronunciados sin que le temblara la voz. Abarcada en su totalidad, ningún rinconcito quedaría expuesto a las subjetidades propias de su mentecilla indiscreta, sino que se podía estar seguro de qué exactamente significaba este escurridizo significante. Era lógico pensar, por lo tanto, que uno podría cobijarse ante su lumbre, abrazándose las rodillas, y sentirse seguro. Y así lo pareció durante el período que duró la exaltación del hallazgo; mas gota a gota, el delirio fue escurriéndose como gotas de sudor que se atropellan por la frente, hasta que quedó seca cual flor sin vida, desprendiendo un ligero rastro de perfume de sus pétalos marchitos.

Aquello que la había eludido tanto tiempo, a su alcance. Cerraba sus ojos, pero aun podía sentir la poderosa luz atravesando sus párpados, imprimiéndose en su retina para siempre. Esa luz infame. La hacía sentirse barata, sucia. Le gritaba en estridentes colores; allí estaba ahora, titilando como el anuncio de luces de neón del motel de la ruta. Y allí se debatía ella, en el umbral de la puerta, sin saber qué hacer. Otra vez.

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