jueves, 23 de junio de 2011

De por qué Disney me entendía más que nadie...

"No había nada que temer", se dijo para sí. Como siempre, exageraba. ¿Cuándo había sido la realidad suficiente para contentar sus caprichos de niña criada por películas de Disney? (A quien, vale aclarar, había querido odiar pero nunca pudo.) Sin duda estaba ignorando algo. Sin duda se estaba permitiendo pasar algo por alto, ¿pero qué?

Estos pensamientos la atacaban en las horas de soledad, cuando los superlativos parecían absurdos e imposibles. Entonces lograba racionalizar la situación, quizás asemejando su pensamiento al criterio de la mayoría de las personas que la rodeaban. Pero en el fondo no la convencían. Había algo en esa quimera que resonaba con su instinto más primitivo. Como muchas otras veces, encontraba que la paradoja que es el ser humano era una creación defectuosa. ¿Por qué, si no para torturarlo, se le entregaba a un animal una herramienta intelectual como la razón? La polarización de estas características era directamente proporcional a la probabilidad de implosión que poseía cada uno de estos a veces desdichados seres.

Pero como mencioné anteriormente, estas reflexiones la asaltaban cuando sus sentidos no estaban siendo arrasados por los torrentes de estímulos que su anhelo explicitado le brindaba. Bastaba enterrar el rostro en esa maraña de cabello otoñal-primaveral para que su mente entrara en un estado de ensoñación parecido al éxtasis. Esos cabellos largos, de princesa. "Quizás Disney no estaba tan equivocado": y se le dibujaba una sonrisa que ya no la dejaría en todo el día.

martes, 14 de junio de 2011

Palabras sencillas para cosas complicadas.

Yo quiero tus besos, sí,
los besos justos,
labios que se abren,
y no dividen, por mí
besos merecidos,
color carmín,
besos que tiñan mi cara de escarlata,
de boca dulce y suave,
besos curiosos,
a
v
e
n
t
u
r
e
r
o
s
para desparramarlos a tu antojo por mi cuerpo,
pero besos míos,
y así como tus besos,
tú también,



mía.

domingo, 5 de junio de 2011

Significante sin significado.

no te confundas cuando me veas,
no me creas mujer entera,
la piel aún se tensa donde debe por costumbre,
dentro es un caos de órganos y vísceras,
revuelto de tantas sacudidas,
no te confundas cuando me veas,
no te dejes llevar por mi nombre,
que aún se compone de las mismas letras,
es significante puro,
nomenclatura de ausencia,
como cero es cero,
como nada es nada,
yo, así igual, por analogía,
así es que no te confundas cuando me veas,
cuando me veas..., falacia: allí no verás nada

miércoles, 1 de junio de 2011

De por qué la yo de ahora le teme a la del futuro.

Había olvidado lo que se sentía pensar en el futuro y poder imaginar un panorama que no me dejase indiferente. Bah, había olvidado lo que significaba pensar en el futuro, y punto.  Debo admitir que no recuerdo si las manos me temblaban desde antes de tomarme esa taza gigantesca de café bien negro (mi pequeña revolución en la cotidianidad: un "shock" entre mis compañeros de trabajo), o si fue el exceso de cafeína lo que provocó el ciclo de descargas eléctricas que desembocaban por las puntas de mis dedos. No sé. Sí sé que por las noches media hora de sueño sirve para engañarme por unos instantes: la luz del tiempo que quema mis ojos no miente. Varias veces debo entregarme al calor de la cama, abrazando la almohada, porque el aire es frío, helado, y desvanecerme entre historias protagonizadas por pocos personajes y demasiadas caras. Tampoco me sorprende que los dedos deslizándose por estas teclas vistan harapos corroídos por la ansiedad. ¿Y llaman a esto mirar al futuro? ¿Consumir toda mi energía a mitad de jornada para luego debatir como soldado alerta en turno de guardia? ¿Y qué sentido tiene? Ella que observo desfilar en una plétora de imágenes exprimidas de todo encanto, como epílogo apurado, no soy yo. Una Potencial, como las hay tantas otras, como las hay infinitas. Allí, un segundo más allá, soy absoluta, inconmensurable; perfecta. Aquí soy una. Soy débil y soy limitada. Entonces, dime, ¿qué objeto tiene mirar más allá, cuando el más allá traerá, irrevocablemente, la decepción?