"No había nada que temer", se dijo para sí. Como siempre, exageraba. ¿Cuándo había sido la realidad suficiente para contentar sus caprichos de niña criada por películas de Disney? (A quien, vale aclarar, había querido odiar pero nunca pudo.) Sin duda estaba ignorando algo. Sin duda se estaba permitiendo pasar algo por alto, ¿pero qué?
Estos pensamientos la atacaban en las horas de soledad, cuando los superlativos parecían absurdos e imposibles. Entonces lograba racionalizar la situación, quizás asemejando su pensamiento al criterio de la mayoría de las personas que la rodeaban. Pero en el fondo no la convencían. Había algo en esa quimera que resonaba con su instinto más primitivo. Como muchas otras veces, encontraba que la paradoja que es el ser humano era una creación defectuosa. ¿Por qué, si no para torturarlo, se le entregaba a un animal una herramienta intelectual como la razón? La polarización de estas características era directamente proporcional a la probabilidad de implosión que poseía cada uno de estos a veces desdichados seres.
Pero como mencioné anteriormente, estas reflexiones la asaltaban cuando sus sentidos no estaban siendo arrasados por los torrentes de estímulos que su anhelo explicitado le brindaba. Bastaba enterrar el rostro en esa maraña de cabello otoñal-primaveral para que su mente entrara en un estado de ensoñación parecido al éxtasis. Esos cabellos largos, de princesa. "Quizás Disney no estaba tan equivocado": y se le dibujaba una sonrisa que ya no la dejaría en todo el día.
Disney también fue el que metió en mi cabeza lo del príncipe cerúleo, jaja. Y ahí sí que me jodió el muy bastardo!!
ResponderBorrarAbrazo!