Fin del mundo,
Fin libertador,
quítame este velo enceguecedor,
déjame entregarme, una vez más,
a esa hermosa fantasía hasta el fin de nuestros días,
elimina esta maldita dieta de abstenciones,
¡aplaca los deseos que arden enérgicos en mi corazón!,
y evítame, por fin, el amargo sinsabor de la llegada de un nuevo día,
pues es solo ante ti, oh Fin liberador,
que me atrevo a despojarme, finalmente, de las ataduras de la mentira.
martes, 24 de mayo de 2011
martes, 10 de mayo de 2011
De por qué ya no saludo al sol.
Siempre me pareció que arrugo demasiado los ojos cuando me da el sol en la cara. Qué extraño, como algo tan bello y brillante, pueda provocar un gesto tan desagradable en mí. Quizás sea todo eso de los excesos. Aquello de que nada es bueno en demasía. ¿Bueno? ¿Quién dijo que tenía que ser bueno? Dios, si hiciéramos las cosas por lo buenas que son para nosotros mismos, la vida dejaría de serlo. Qué divertido. De cualquier forma, es evidente que a alguien se le pasó por alto el encanto que tiene la desmesura. Pero a no precipitarse, que nadie está hablando del descontrol total. No, a eso no me atrevo. Quizás de eso no se vuelve, ¿quién sabe? Hablo de la pérdida momentánea de la identidad. Hablo de esos momentos en que el deseo funciona, simultáneamente, como la chispa y el fuego, como la gasolina y el acelerador, ambas imágenes inflamables, lo admito, tal vez afectadas por lo recurrente del sol en mis sueños. Y cierto es, también, que tienden a consumirlo a uno tan vehementemente como al leño las llamas. Y pareciera, además, que el humo impidiese ver más allá, y que ya no quedase nada más que el ardor inclemente del fuego, la cotidianidad esfumándose, el tiempo derritiéndose hasta formar una gran masa de horas y minutos, cuya única función pareciera ser cronometrar la duración del delirio. Y luego viene la nada. La dulce calma luego de la tormenta. El cuerpo endeble y el alma desnutrida luchando sin armas contra la vacuidad. El respirar desesperanza, la misma existencia un castigo. L'ennui. Por eso no me engañas, pequeña estrella. Podría ahogarme en tus campos de lava, dejarme sosegar por tu lumbre fogosa, podría, ay, porque eres bella de verdad, pero yo sé que arderemos juntas hasta que la hoguera se haya acabado y ya no quede nada. Tú serías un montón de rocas, y yo, una sombra. Así es que si volvemos a encontrarnos, no te ofendas si elijo rehuirle a tus caricias: el atractivo siempre es mayor a la distancia.
lunes, 2 de mayo de 2011
Repeat until fade out.
Guárdate las lágrimas para un día de lluvia; esta noche de nada sirven. El sol salió por un momento, a pesar de tus reclamos. Poco sospechabas cuando te despertaste sobresaltada que tus sueños acabarían en esos minutos de la mañana, y que no se prolongarían en las horas de vigilia. No, los enterraste firme bajo cientos de capas de falsas preocupaciones y resumiste la rutina con una obstinación rayando en la terquedad. Fue tan magistral tu interpretación que hasta lograste obtener sonrisas y festejos de tus a veces desencantados espectadores. Es cierto que la intermisión del mediodía logró opacar tus triunfos por un momento, minutos en que lanzabas garrotazos enloquecidos a aquellas imágenes que quedarían grabadas en tu retina para siempre. Sí, y por un momento incluso, llegaste a invocarlas, fieles compañeras en los instantes de desasosiego. Pero la lluvia nunca llegó. Las nubes parecieron contenerse, tragándose las pequeñas gotitas que, resignadas, causaron estragos dentro suyo, donde nadie las podía ver. Así, tú, terminaste el día a duras penas. Así, lindando con los límites de la desesperación.
Y aún ahora, bajo el manto protector de la noche, te rehúsas a enfrentarlas. Temes hurgar dentro tuyo y revivirlas una vez más, despertar a los demonios que parecían invernar. Y a pesar de todo, te llaman. Tú eres su hogar. Te habitan y jamás lograrás deshacerte de ellas. Te subyugan, te hechizan. Fotogramas que se suceden en infernal procesión. Una proyección que arranca, cuadro a cuadro, los últimos vestigios de tu cordura.
Y aún ahora, bajo el manto protector de la noche, te rehúsas a enfrentarlas. Temes hurgar dentro tuyo y revivirlas una vez más, despertar a los demonios que parecían invernar. Y a pesar de todo, te llaman. Tú eres su hogar. Te habitan y jamás lograrás deshacerte de ellas. Te subyugan, te hechizan. Fotogramas que se suceden en infernal procesión. Una proyección que arranca, cuadro a cuadro, los últimos vestigios de tu cordura.
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Feeling del momento,
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Visión empañada
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