Dibujar el contorno de nuestra primera hija, ella a quien yo querría llamar Adelaida, pero sé que tú odias ese nombre y jamás podrá ser. Regar nuestra planta de hojas violetas. Verte condimentar la cena, como si fueras una maga sobre tu sombrero mágico, cantando las palabras secretas por lo bajo.
Eso que quiero. Eso que queremos, quizás. Quizás. Eso que se nos escapa por los dedos, eso que a veces no logras ver, eso que ahora se presenta tan distante, tan inalcanzable. ¿Acaso existe? ¿Acaso está allí, esperándonos, contemplándonos desde lo lejos con su mirada burlona, o tierna, o quizás, por qué no, las dos? Pues si está allí, ojalá me diera una señal, ojalá me dejara ver con más claridad, pues temo no llegar y que desaparezca para siempre. Pero soy injusta. ¿Acaso no lo veo, a veces? ¿Acaso no está en tus pequeños dientes cuando me obsequian su sonrisa? ¿Acaso no podía encontrarlo en tus ojos que por las noches me acarician, en tus manos que en velo me observan quedándome dormida?
¿Autobiográfico?
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